Piloto: Fred
Meteo: Real
Simulador: X-Plane 10.51
Gilgit. En medio del Karakorum, que es como decir inquilinos de un
primer piso en un barrio de rascacielos. Poco más de una hora desde
Islamabad, y más de cuatro desde Tolmachevo. Por hoy es suficiente.
Nos
encontramos con un paisaje que intimida, agreste y seco pero con
preciosas manchas verdes de cultivos que se extienden hacia el oeste por
el arranque de las laderas. Los conocedores de la zona dicen que el dia
es lujoso, apenas hay viento y la atmósfera está bastante limpia.
Pregunto por el Nanga Parbat y me señalan hacia el sur unas moles
inmensas, expectantes, con toda la zona coronada por nubes que parecen
ensimismadas en la contemplación de su belleza, y que según dicen no se
atreven a cruzar el monte y apenas dejan agua en estos valles abruptos.
Bajo
a tierra y observo a los expedicionarios mientras comienzan la descarga
de su material en la pequeña plataforma del aeropuerto. Veo en sus
caras curtidas por vientos y soles de cien latitudes, el mirar largo y
tranquilo de los que saben andar con pasos cortos por caminos difíciles,
y en sus conversaciones percibo enseguida la curiosa amalgama en que
funden su osadia, su técnica, la tremenda determinación de sus gestos, y
el respeto casi reverencial por lo que hacen.
Quizá no sea fácil
entender esta pasión por un medio extremo y a veces feroz, que empuja a
través de rocas traidoras, neveros cambiantes y grietas que esperan un
mínimo error para engullirte sin remisión, a subir las montañas “porque
están ahí”. Una pasión que otorga como recompensa unos pocos minutos de
gloria en la cima, y un camino de vuelta igual de peligroso y en peores
condiciones físicas, para salir con bien de la ventura y poder empezar
de nuevo en otro sitio, o por otra via…
Quizá no sea fácil, pero
tampoco la querencia por explorar un medio extraño en el que te
desplazas en un frágil tubo de aluminio de varias toneladas de peso,
sabiendo que volver a tierra para posarte en una mísera tira de asfalto
es un ejercicio que templa el ánimo. Puede ser un magro placer a ojos de
otros, pero tocar tierra en un sitio como éste, estrecho y corto, mal
pavimentado, encajonado entre montañas o al borde de un torrente, cuando
la primera toma es toda una habilitación, te hace muy consciente de que
tampoco aquí se pueden cometer errores si mañana quieres seguir en
activo. Hay mil maneras de entender el cielo y organizar las estrellas
para que cada uno vea lo que quiera ver… y sin embargo, ¿con qué soñarán
los que pisaron esas cimas, llegaron al techo y miraron el mundo desde
arriba sabiendo que nunca podrían ascender más?... con qué cultivarán la
ambición.
…Me puede el cansancio, la vista se me pierde en las
alturas y me da por pensar en la hoja de carga de mañana… subir más… se
me va la especie con el trajín de hormigas que poco a poco va formando
un enorme montón de baules contenedores y mochilas al pie del aparato,
hasta que por fin se acaba la descarga, cerramos la bodega, y nos vamos
en busca del hotel.
En unas horas volveremos al calor y el bullicio
de Islamabad. Una parada de orden técnico, trámites de aduana,
previsible demora para el combustible y vuelta a Novosibirsk. Nos
quedaran entonces mil quinientas millas por delante, tendremos tiempo
despejado y volaremos a 37.000 pies. Esperaremos pista 07, descenso
continuo y una entrada directa… Con el cliente contento, Irina
Vasilievna –ya hay confianza- , dirá que hay que celebrar de buena
manera el fin de la misión, y levantaremos con ella unos vasitos de
“quitapenas” de calidad… ya veremos si solo son “unos” … ¡ nasdrovia
¡
Fred
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